sábado, 3 de diciembre de 2016

PARAMÉDICAS

PARAMÉDICAS de la WEB EL RINCON LUCHISTICO FEMENIL

Por mujer anónima. Adaptación para Pancraciasta


Capítulo I:

La historia que Uds. van a leer ocurrió en un importante hospital de Sudamérica. Sólo fueron modificados los nombres de los personajes y algunos detalles. Quien escribe es rubia de 23 años y estudiante avanzada de medicina. Mi novio se llamaba Miguel y era un médico joven muy destacado. Mi trabajo en ese hospital funcionó bien durante meses, igual que nuestra relación. Era verano y el número de pacientes aumentó considerablemente. Entonces vinieron como refuerzo dos paramédicas. Una de ellas era una morena muy atractiva llamada Karina, de aspecto sexy y tal vez de unos 26 años. Su cuerpo estaba muy bien modelado por la gimnasia y no pasaba desapercibida. Bastaron unos pocos días para que surgiera entre ella y yo una mutua antipatía. Karina sabía que sólo yo era quien ayudaba a Miguel, con los pacientes, pero varias veces la sorprendí colaborando con mi novio. Para peor, concurría vestida con un breve delantal blanco muy transparente que marcaba sus prendas interiores. En cierta oportunidad discutí con Miguel, por culpa de Karina. Pero él me hizo saber que el tema debía ser resuelto por mí. Yo protesté, pero luego comprendí que tenía razón. El problema era mío y de ella. Debía hacerme respetar y no permitiría que esa casquivana me quite mi hombre delante de mis narices.La tensión entre las dos era evidente. No nos hablábamos y cuando lo hacíamos cruzábamos críticas irónicas. Yo estaba segura que Karina se había acostado con Miguel y comencé a odiarla. Como se comprenderá y tal como se estila en estos casos, no descartaba la idea de enfrentarla en algún momento a solas “de mujer a mujer”.

En los hospitales, el personal femenino es mayoría y como en toda comunidad grande de mujeres existen conflictos. El público lo desconoce, pero las rivalidades entre nosotras son muy comunes y en ocasiones finalizan en serios enfrentamientos. Por lo general el problema es resuelto en privado “de igual a igual” hasta que una de ellas se impone. Todas sabíamos que el lugar ideal para batirse era un Depósito de Colchones. Por comentarios femeninos, conocía que era el sitio elegido para pelear. Aunque nunca me interesó averiguar los detalles, sabía que las riñas terminaban dramáticamente y quedé impresionada por algunas historias que me contaron. Por diversos motivos a los varones se les ocultaban estos hechos. Mi felicidad estaba en juego y no vislumbraba otra solución para alejar a esa mujer de mi hombre. Ella tenía un peso y estatura similar a la mía y estaba segura de poder vencerla. Yo era más joven y tenía la ilusión de darle una paliza y desnudarla delante de Miguel para que compruebe quien es la mejor hembra. Muchas mujeres celosas desean lo mismo y es muy digno pelear por amor. Recuerdo que una noche en la intimidad de un motel, le dije a mi novio mis intenciones y le pedí que estuviera presente en el duelo. Con seriedad me advirtió que Karina era muy fuerte y seguramente recibiría una paliza. Yo me enfadé y le aseguré lo contrario. Luego se mostró divertido y bromeando me respondió que aceptaría a la vencedora como su novia. Pero agregó que no le interesaba estar presente cuando nos “agarremos de los pelos”. Sería mi primer pelea de adulta. Estaba muy segura y sin dudar prometí obsequiarle un grueso mechón de cabellos de esa antipática morena. El no me creyó, se rió y amanecimos juntos.

Un día encontré a Karina sentada en el consultorio de mi novio. Miguel aún no había llegado y ella estaba, vestida con un breve guardapolvo. Tenía desabrochado los últimos botones y no era necesario que me dijeran el color de su braga. Mi indignación no tuvo límites y le dije que este lugar no era un cabaret. Ella se puso de pie y comenzamos a discutir. Para mi sorpresa, Karina con marcada ironía me confesó que Miguel era su amante. Llena de furia dije, que ella estaba demás y si no se alejaba de mi novio “la dejaría pelada”. Por toda respuesta me empujó con sus pechos y me invitó a ir al Depósito de Colchones para que lo intentara...¡DEFINAMOS YA MISMO QUIEN ES LA QUE ESTÁ DEMÁS..! Me dijo. Un calor intenso coloreó mis mejillas. Era la primera vez que una mujer me desafiaba para una pelea. Ella pretendía mi hombre y era imposible negarse. Sin dudar le dije: ¡Está bien, arreglaremos esto de una buena vez...!

CAPITULO II:

Mientras caminábamos decididas, nos prometimos una paliza con humillante final para la vencida. Quien ganara obtendría todos los derechos sobre ese hombre. Era lo tradicional entre damas rivales y quedamos de acuerdo. En ese depósito, precisamente había una acumulación de colchones nuevos que cubrían el piso y era el lugar ideal para una pelea. La encargada nos hizo entrar, se imaginó a qué veníamos y cerró con llave la puerta. Nosotras la ignoramos. Con los rostros endurecidos, sin dejar de observarnos nos arreglamos los cabellos para el combate y nos descalzamos. Para no estropearlos, nos quitamos los guardapolvos y descubrimos nuestros pechos. Quedamos casi desnudas, únicamente con nuestras breves tangas. Casualmente blancas y transparentes para ambas. Era el lugar y la indumentaria ideal para un clásico duelo de hembras... Es sabido que en los instantes previos a una pelea, las mujeres dejamos de lado los buenos modales y sin barrera inhibitoria alguna nos comportamos como salvajes. Es la forma de darnos ánimo.

Para intimidar a la oponente, exhibimos nuestros cuerpos. Karina estaba orgullosa de mostrar provocativamente sus músculos y sus torneadas piernas. Deduje que sería muy fuerte y eso aumentó mi odio. A modo de “desafío femenino”, con las manos en la cintura y la cabeza levantada nos mostramos los endurecidos pezones. De igual manera balanceábamos las caderas hacia delante evidenciando nuestros prominentes montes apenas cubiertos por la minúscula tanga. Eran los gestos tradicionales para ofender a otra mujer con nuestro sexo. Los muslos de la morena eran algo más gruesos que los míos y su enmarañada selva resaltaba dentro de la fina tela transparente dándole un toque muy sexy. Con ojos fulgurantes y palabras vulgares, me prometió que lamería su vulva. Yo respondí que sería al revés y comenzó una catarata de los peores insultos. Con estas ofensas, nuestras mentes se preparaban para el inevitable choque físico de femineidades. A medida que nos insultábamos nos íbamos acercando con los puños cerrados. Yo rebalsaba adrenalina y con ásperas palabras le dije que, ¡Ninguna mujer se deja quitar su hombre sin pelear...! Karina apoyó su sexo contra el mío, prometió que me daría una paliza y luego se acostaría con Miguel para festejar.... Cuando la escuché, vi todo rojo y le hice girar el rostro con un fuerte puñetazo.

No la pude derribar y por algunos instantes comenzamos a intercambiar golpes con los puños girando y danzando como en una riña callejera. Pronto la arrinconé y llevé en todo momento la mejor parte. En pocos segundos el rostro de Karina comenzó a evidenciar hematomas y lo disfruté. Hasta pensé que la podría dejar K.O. Pero ella se abalanzó, fuimos al cuerpo a cuerpo y nuestros torsos se envistieron con dolorosa violencia. Como obedeciendo a una orden primaria, nuestras manos sacudieron la cabellera de la adversaria en una prueba de resistencia al dolor. Al mismo tiempo que clavábamos los dientes en los hombros enemigos, nuestros pechos oprimían a los de la contraria. En ese choque fui favorecida y la morena comenzó a aullar de dolor. Todo indicaba un rápido triunfo de mi parte y estaba eufórica castigando a mi rival. Sorpresivamente mientras nos atacábamos con ferocidad, una rodilla de Karina me sorprendió y deslizándose veloz por entre mis muslos golpeó mis entrepiernas. Sentí un agudo dolor y caí al suelo. Pero al caer, la arrastré. Entonces abrazadas ferozmente, comenzamos a rodar con las piernas entrelazadas luchando por la posición superior. Pecho contra pecho y sexo contra sexo.

Estaba claro que el duelo era por un hombre y cada una puso lo mejor para ganar. Emergía en nosotras el atávico instinto de la lucha de hembras por la supremacía sexual y en minutos se sabría cual sería la vulva vencedora. Esto último, el calor sofocante y ese típico olor femenino que emanaban los cuerpos, nos incitó para el mayor de los salvajismos”. Sin dejar de rodar, las manos atacaron con crueldad las partes más delicadas que se exponían libremente. Naturalmente como en toda riña, el sexo y los pechos fueron los blancos predilectos. Ello dio lugar a un duelo de habilidades donde se intentó arruinarle la vida sexual a la enemiga y la pelea adquirió una gran animación. Los gemidos de dolor se mezclaban con la respiración acompasada y con sorpresa descubrí que había mechones de cabellos entre nuestros dedos. Yo tenía una gran decisión, pero ese rodillazo me había quitado capacidad y desde un principio estuve a la defensiva. Soporté una lluvia de golpes que no pude devolver y varias veces mi cabeza giró en ambos sentidos alcanzada por sus puños. A pesar de mi energía, perdí gran parte de mis reflejos. Mi enemiga era muy ágil, sabía como pelear y me había hecho mucho daño.

El final vino cuando superó mi protección y golpeó uno de mis pechos. El terrible dolor quitó lo que quedaba de mis fuerzas y ella pudo sentarse en mi estómago. Desesperada traté de desmontarla pero fue imposible. Comprendí que esa mujer era más fuerte de lo que pensaba y estaba derrotada. Sufría intensos dolores y tenía una gran frustración. El convenio con Miguel, era que el pleito se resolvería “entre damas” y debía asumir las consecuencias. Sabía que si perdía, sería desplazada y la muy maldita se quedaría con mi novio. Era lo acordado y estaba angustiada. La piel de nosotras estaba completamente humedecida por el sudor y finas gotas de transpiración de Karina caían sobre mi cara. En ese momento, fatigada y con un insostenible dolor, dejé de moverme. Ella con sus macizos muslos había atrapado mi cabeza y yo la observaba con temor. Sus pezones estaban endurecidos y sus músculos en máxima tensión. Estaba inmovilizada por la presión de su cuerpo. Para ese entonces había no menos de 5 mujeres observando excitadas la pelea. Ellas sabían que el duelo era por un hombre y decían frases irreproducibles. ¡No podía creer tener ese final. !.

Con gruesas palabras Karina me exigió que me rindiera. Me negué y sus uñas comenzaron a torturar mis pezones. Mis brazos estaban aprisionados por sus rodillas, estaba indefensa y grité de dolor. Pataleaba pero era inútil. Como se comprenderá, mi sufrimiento le producía un sádico placer. La insulté. Entonces para dominarme, Karina con una mano descubrió su vulva y la apoyó sobre mi barbilla. Mis ojos se abrieron desmesuradamente cuando sentí el cosquilleo desagradable de sus negros vellos mojando mis labios. Era el momento sublime, esperado por toda mujer cuando gana una pelea. Tuve asco y miedo al mismo tiempo. Me di cuenta que era inútil resistirme y acepté rendirme. Con placer me dijo: ¡AHORA MIGUEL ES TODO MÍO Y GOZARÉ CON ÉL PARA FESTEJAR..! Su promesa fue acompañada con detalles íntimos imposibles de repetir, relacionados con la “vulva victoriosa” de mi rival. Las chicas presentes, con risas nerviosas aprobaron las ocurrencias de la morena. Karina sonreía y por largo tiempo disfrutó del humillante momento. Permanecía sentada sobre mi garganta y yo sentía la tibia humedad de su sexo. Ella advirtió la angustia de mis ojos. Se burló de mí y me recordó que le había prometido “dejarla pelada” y otra “denigrante humillación femenina”. ¿DÓNDE QUEDARON TUS AMENAZAS..?. Preguntó. Yo no respondí. Para presionar mi respuesta, apoyó sus uñas en mis ojos y me obligó a reconocerla como la mejor mujer y la mejor amante. También tuve que aceptar que no volvería acercarme a Miguel y otras condiciones vergonzantes. Yo tenía un fuerte dolor en unos de mis pechos, mi nariz manaba sangre, estaba inmovilizada y debí aceptar sus imposiciones una por una. Ya no había dudas de quien era ese hombre. Pero no fue suficiente. Karina quería denigrarme. Acercó su exuberante monte hasta cubrir mi rostro con sus ensortijados pelos. Un frío sudor recorrió mi cuerpo cuando vi su ranura vaginal a un centímetro de mi nariz y sentí un fuerte aroma a almizcle. Entonces se sentó en mi cara y se deleitó haciéndome pasar el peor momento de mi vida. Las mujeres reían histéricas y con palabras horribles animaron a la vencedora para que no cesara en su empeño. Por el peso de ella casi no podía respirar, me estaba ahogando. Para no asfixiarme ni perder mis ojos con sus uñas, fui obligada a lamer su clítoris. Por incontables minutos mi lengua la acarició y fui humillada intensamente. ¡Fue terrible.! Quedé en estado de shock y tuve que ser auxiliada. Más de dos horas tardé para recuperar el control emocional.

Capítulo III:

Karina, me había derrotado en un duelo por un hombre y el horrible sometimiento sufrido fue el reconocimiento que hice a sus derechos. Perdí a mi hombre y mi orgullo fue hecho trizas. Mi rostro quedó muy estropeado y tuve una semana de licencia médica. Me sentía avergonzada, lloré mucho y no quise volver a ver a Miguel. Mi prestigio se esfumó y debí solicitar traslado a otro hospital. Naturalmente la vencedora se convirtió en la amante de Miguel y fue muy popular entre las chicas.

15 días después, Karina me llamó por teléfono y dejó abierta la posibilidad de una revancha para que recupere mi novio y lave mi pulverizado honor. Simplemente me propuso encontrarnos en la casa de Miguel, para pelear desnudas delante de él. Es decir, un verdadero duelo “de hembra contra hembra” que sólo él presenciaría. Agregó que contaba con el acuerdo del dueño de casa y si yo la derrotaba, ella nunca más lo volvería ver. Le respondí que estaba interesada y que la llamaría al día siguiente. El ofrecimiento era digno y muy femenino. Yo estaba fascinada por el deseo de vengarme y como a muchas mujeres a mí también me agradaba pelear delante de mi hombre para impresionarlo.

Esa noche me comuniqué con Miguel, para hablar del tema. Le pregunté si aún me amaba. Me respondió que tenía una gran confusión de sentimientos y me recordó que en estos casos, el hombre no debe intervenir. Reiteró que el problema debía ser resuelto entre las damas interesadas. También dijo, que Karina había quedado algo estropeada y a él le parecía justo una segunda y última oportunidad para decidirse por una de las dos. En tal sentido, me confirmó que la idea de batirse desnudas había sido de Karina. Por ello en esta ocasión, ofrecía su casa para presenciar el evento en privado y aceptar la decisión de la que gane. Me pidió que concurriera al reto y me deseó suerte. Estaba entusiasmada pero prometí que lo pensaría. El razonamiento de Miguel era correcto; una de las dos debía prevalecer. Recordé casos parecidos de mi época de estudiante, cuando dos chicas valientemente se batían en el baño por un muchacho. La vencida era humillada y la vencedora siempre imponía sus derechos. Era lo tradicional y a todas nos excitaba ver como peleaban. En esos días yo tenía 18 años y estaba orgullosa de mis compañeras que tempranamente evidenciaban ser muy mujeres. Habían pasado 5 años y esa noche no pude dormir.

Epílogo:

La siguiente mañana llamé a Miguel y le dejé un mensaje en el contestador telefónico. Le dije que en otra circunstancia hubiera aceptado gustosa batirme con una rival. Le pedí que me comprendiera, rehusé a una nueva pelea y me despedí. La vez anterior había sido ¡Un desastre total..! y no estaba dispuesta a pasar por otra experiencia similar. Como se comprenderá, Karina reafirmó definitivamente sus pretensiones sobre mi hombre. Lamentablemente ella había demostrado ser la mejor y me había destruido física y espiritualmente. Resultó ser una “gata feroz”, de aquellas que disfrutan una pelea y con seguridad si aceptaba recibiría una nueva paliza. Aún tengo cicatrices de esa riña, pero las peores están en mi mente. Actualmente me asiste una psicóloga dos veces por semana. No me arrepiento de haber peleado, fue muy femenino y noble el motivo. Como dije: “ninguna mujer se deja quitar a su hombre sin pelear y cuando ello ocurre, siempre la hembra más fuerte destruye a la vencida y la despoja de sus derechos. Es la expresión misma de la naturaleza”.

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